Libro de los Muertos

jaFernandez
Libro de los muertos (Declaración de inocencia ante el Gran dios)

El Libro de los Muertos es una recopilación de fórmulas funerarias de carácter diverso, necesarias todas ellas para la realización de los ritos de tránsito al más allá y para asegurar al difunto un lugar adecuado en la otra vida. En él se recogen diferentes fórmulas que ya estaban presentes en los Textos de las Pirámides durante el Imperio Antiguo (2500-2300) y otras posteriores que reflejan la evolución sufrida por las creencias funerarias de los egipcios. El Libro está formado ya en el Imperio Nuevo (ca. 1500), aunque se verá completado progresivamente hasta el siglo VII a.C.
El motivo central de las fórmulas es el de proporcionar al difunto las herramientas necesarias para su viaje final hacia la Duat (el más allá). Los Textos de las Pirámides proporcionaron la complejidad de los ritos por los que debía pasar el faraón hasta conseguir la identificación con Osiris. En el Juicio de los Muertos, el difunto es presentado ante los dioses, en una ceremonia en la que se realiza el pesado del corazón y en donde se decide si su vida ha sido digna para acceder a la Duat. A finales de la Dinastía V comienza un proceso de «democratización» del mundo funerario que continuará luego durante el Imperio Medio, y que constituye un reflejo de los cambios de mentalidad en la sociedad egipcia a lo largo de todo el resto del milenio. (Pilar González-Conde).

(Declaración de inocencia ante el Gran dios).
No cometí iniquidad contra los hombres.
No maltraté a (las) gentes.
No cometí pecado en la Sede del Maat.
No (intenté) conocer lo que no debía (conocerse).
No hice mal.
No comencé el día recibiendo una comisión de parte de las gentes que debían trabajar para mí y mi nombre no llegó a las funciones de un jefe de esclavos.
No blasfemé contra dios.
No empobrecí a un pobre en sus bienes.
No hice lo que era abominable a los dioses.
No perjudiqué a un esclavo ante su amo.
No fui causa de aflicción.
No hice padecer hambre.
No hice llorar.
No maté.
No dí orden de matar.
No causé dolor a nadie.
No disminuí las ofrendas alimentarias de los templos.
No mancillé los panes de los dioses.
No robé las tortas de los bienaventurados.
No fui pederasta.
No forniqué en los santos lugares del dios de mi ciudad.
No robé con la medida de áridos.
No disminuí la arura.
No hice trampa con las tierras.
No añadí (peso) al peso de la balanza.
No arrebaté la leche de la boca de los niños.
No privé al ganado de sus pastos.
No cacé pájaros en el coto de los dioses.
No pesqué peces en sus lagunas.
No retuve el agua en su estación.
No opuse al agua corriente ningún dique.
No apagué nunca un fuego en su quema.
No pasé por alto los días de las ofrendas de carne.
No quité ganado (destinado) a la comida del dios.
No me opuse a (ningún) dios en sus salidas procesionales.
¡Soy puro, soy puro, soy puro, soy puro!. Mi pureza es la pureza del gran fénix que está en Heracleópolis, porque soy la nariz misma del Señor de los vientos que hace que todos los hombres vivan en el día de la Plenitud del Ojo en Heliópolis, el último día del segundo mes del invierno en presencia del Señor del país (y) soy uno de los que han visto la Plenitud del Ojo en Heliópolis. No me alcanzará (ningún) mal en este país, en esta sala de las Dos Maat, porque conozco el nombre de los dioses que están allí.

Versión de José María Blázquez y Federico Lara Peinado, El Libro de los muertos, Ed. Editora Nacional, Madrid, 1984, pp. 228-230.

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