La tumba de Tutankamón
La tumba de Tutankamón tiene dos cámaras secretas que contienen metal y material orgánico
Egipto confirma la existencia de espacios desconocidos en la tumba del faraón
A partir de aquí todo es posible. Hay que recalcar que el solo hecho de la existencia de espacios ignotos en la tumba de Tutankamón resulta sensacional. El sepulcro hallado en 1922 por Carter es una de las estructuras más conocidas y representativas del patrimonio mundial y seguramente el lugar emblemático de la historia de la arqueología. Cualquier cambio en lo que se conoce de esa tumba —su planta, propósito o contenido— debe calificarse de extraordinario.
El ministro de Antigüedades egipcio Mamdouh Eldamaty, que presentó ayer los estudios, explicó que se realizarán más análisis con otros expertos internacionales. Solo entonces se discutirá la posibilidad de entrar en los espacios hallados, y por dónde. Oficialmente, Eldamaty no ha elevado su porcentaje de seguridad de que haya algo detrás de los muros: se mantiene en el 90 %. Pero extraoficialmente habla de cámaras, corredores y posible continuación de la tumba. Su precaución ahora, que resulta curiosa, puede obedecer tanto a un repentino escepticismo como al vértigo ante la tarea que le aguarda. En todo caso quedan muchos pasos que dar —y la prudencia es fundamental: no se puede agujerar la tumba como un gruyere— y esto puede durar mucho. Hay que armarse de paciencia.
Una hipótesis plausible es que los espacios sean cámaras no acabadas de la tumba cuya construcción se habría detenido al morir inesperadamente, muy joven, Tutankamón. Eso explicaría que KV 62 (la denominación oficial) fuera tan pequeñita y estuviera tan abarrotada de objetos: no hubo tiempo de hacer un sepulcro adecuado. Las señales de materiales metálicos y orgánicos (si no son latas o algún perro muerto) podrían corresponder entonces a herramientas abandonadas y a algunos objetos ceremoniales (ofrendas, sustancias de momificación) desechados o sobrantes.
Es oportuno recordar la pequeña tumba KV 63 hallada en 2005 a escasos metros de la de Tutankamón por el equipo del recientemente fallecido Otto Schaden y que resultó ser un almacén o depósito de material relacionado con la momificación (incluidos ataúdes). Podría ser que los espacios desconocidos de la tumba de Tutankamón guardaran objetos semejantes.
Otra posibilidad es que sean verdaderas cámaras acabadas que hubieran quedado desvinculadas de la tumba por alguna razón, por ejemplo por estar destinados el sepulcro a otra persona (siempre vinculada con la realeza) y que se reaprovechara, en parte, para Tutankamón cuya tumba propia en realidad no sería esa. En ese sentido se ha apuntado que la Tumba de los Monos (WV 23) en el ramal occidental del Valle de los Reyes era la destinada a Tutankamón y la usurpó su sucesor Ay.
De ser así, de ser Tutankamón un dorado okupa en una tumba que no era la suya podríamos encontrar otro enterramiento en las cámaras ocultas. Que sea el de la reina Nefertiti, como propone muy osadamente Nicholas Reeves, es aventurarse demasiado. Aunque una vez empiezan a suceder cosas extraordinarias nada impide que la sorpresa se convierta en una gran sorpresa.
Volviendo atrás, si los espacios ocultos (que por una razón u otra se quiso que quedaran completamente escondidos) fueran cámaras adyacentes de la tumba de Tutankamón (como lo eran el Tesoro y el Anexo), quizá estuvieran destinados a guardar materiales muy especiales (aunque uno se pregunta qué hay más especial que la momia del propio faraón). Podríamos especular con que se tratara de objetos incómodos, relacionados con la herejía amarniana de la que había apostatado —al menos formalmente— Tutankamón. ¿Podrían estar ahí también los famosos papiros que Carter buscó sin hallarlos y que nos revelarían la historia de esa fascinante etapa del Egipto faraónico? Por soñar…
Hay que recordar que el Valle de los Reyes, como Egipto en general, es capaz de alumbrar las cosas más maravillosas y de propinar los desengaños más brutales. De lo primero da fe el hallazgo por Carter de la tumba de Tutankamón, o la excavación por Kent Weeks de la inmensa tumba colectiva de los hijos de Ramsés II (KV 5). De lo segundo, el fiasco de la excavación del túnel al final de la tumba de Seti I o la decepción de no encontrar momia alguna en KV 63, pese a que todo el mundo estaba convencido de que en sus ataúdes aparecería alguna princesa (ya entonces se especuló con Kiya, Ankesenamón o Meritatón). Aunque todo invita a tener grandes esperanzas, hay que recordar el chasco de Carter con la Tumba del Caballo: tras encontrarla con los sellos intactos y convocar para su apertura resultó que estaba vacía: los ladrones habían entrado por el techo